martes, 25 de agosto de 2009

Última proyección

Se sentó en una de las butacas de la primera fila y fijó la vista en la pantalla. Al momento comenzaron a sucederse ante sus ojos las escenas de la vida de una mujer.
“Disculpe señor” susurró una voz a su espalda “se ha equivocado de sala”
Miró fijamente al acomodador que le estaba hablando, giró la cabeza hacia los asientos de su derecha y descubrió ahí sentada a la protagonista de la vida que estaban proyectando: una mujer, ya anciana, que sonreía emocionada a la pantalla.
“¿No puedo quedarme?” interrogó al tiempo que volvía a centrar su atención en la pantalla.
“Pero señor” insistió el acomodador algo desconcertado “si no cambia de sala, no verá pasar su vida ante sus ojos antes de morir”
“No importa. Mi vida ya la he vivido en primera persona y esta también es interesante, prefiero descubrir como acaba. Ademas, siempre he detestado dejar las películas a medias”

domingo, 23 de agosto de 2009

Trenes


“Y colorín colorado, este cuento se ha acabado”
Varios pares de manitas aplaudieron ilusionadas acompañadas por unas cuantas de adultos. Mientras los niños seguían jugando por la plaza y los padres conversaban enre ellos, yo comenzé a guardar las marionetas y a desmontar el teatrillo. Veía por el rabillo del ojo a la orquesta que montaba en el escenario todo su despliegue para el concierto de la noche.
Metí todo en la furgoneta y me acerqué a “El Bar”. Se llamaba así, sin más y no tenía necesidad de cambiar de nombre puesto que era el único del pueblo.
Cuando comenzaba a llegar la gente a la plaza decidí dar un paseo antes de conducir hasta el siguiente pueblo. Al poco me encontré frente a las vías de tren y me senté bajo un árbol a contemplarlas. Oí unos ruidos a mi espalda y al girarme vi a un niño sentado en una roca mirando fijamente las vías. Cuando estaba a punto de preguntarle si se había perdido me fijé en que apretaba fuertemente en una de sus manos una pequeña locomotora de juguete.
“¿Te gustan los trenes?” le pregunté.
Se sobresaltó un poco y y tras pensar unos instantes si responder o no, asintió con la cabeza.
”¿Te gustaría ser maquinista de mayor?” Esta vez asintió inmediatamente y me mostró con orgullo su pequeña locomotora. Le sonreí y volví a abstraerme mirando las vías. Entonces comencé a escuchar el ruido del tren y se me ocurrió una idea.
”Mira” le dije mostrándole una moneda de cinco céntimos ”te voy a enseñar una cosa”
Advirtíendole que no me siguiese bajé hasta ponerme a la altura de las vías y deposité la moneda en una de ellas. Retrocedí unos cuantos pasos mientras el sonido del tren se acercaba y con él el mismo tren como un gigantesco gusano de metal que seguía dócilmente el camino trazado por la vía. Me giré para comprobar que el muchacho no se había ido pero seguía ahí, en pie, fascinado, mirando al tren como si fuese la primera vez que veía uno. Cuando se alejó, bajé de nuevo hasta la vía y le mostré al chico la moneda deformada que él miró con curiosidad.
“Toma, es para tí” Se la ofrecí y tras unos segundos de duda me la cogió de la mano con un movimiento rápido.
La miró unos instantes y entonces se llevó una mano al bolsillo y sacó una canica; parecía decidido a dármela pero se quedó observando ambas y con un movimiento de cabeza me dio a entender que la moneda aplastada valía mucho más que la canica. Miró a su alrededor en busca de algo con lo que compensarme pero no lo hayó. Entonces reparó en su pequeña locomotora, negó con la cabeza y me devolvió la moneda.
Le dije que era un regalo y finalmente lo aceptó.

Hasta unos cuantos años más tarde no volví a pasar por aquel pueblo con mi actuación e igual que la otra vez, mi paseo me llevó hasta las vías del tren. Me senté bajo el mismo árbol y encontré ahí apoyada la pequeña locomotora, ya vieja y oxidada. Debía llevar años ahí. Rememoré el peculiar encuentro con una sonrisa. Desde entonces viaja siempre conmigo la pequeña locomotora, colocada sobre el salpicadero de mi furgoneta.