martes, 11 de enero de 2011

Café, cacao o té

- Hoy va a ser un mal día – pensó el Sr. Sanz al levantarse de la cama, y se dispuso a preparar la cafetera. Pero cuando tenía el paquete de café en la mano, dudó si realmente tenía que tomar café sólo porque tuviese la sensación de que iba a ser un mal día.

En sus 45 años de vida jamás había tenido esa duda.

Se levantaba todas las mañanas con una sensación: si iba a ser un mal día, desayunaba café. Si iba a ser un buen día, desayunaba cacao. Y si iba a ser un día normal, de esos que pasan sin más, como para rellenar y que la semana no quede incompleta, desayunaba un vaso de leche.

Se paró, confundido, aún con el paquete de café en la mano y sin saber que hacer.

Miró por la ventana y observó los nubarrones que cubrían el cielo de la ciudad y las gotas de lluvia que golpeaban el cristal y decidió que no, que aunque todo indicase lo contrario, aquel día desayunaría cacao. Aunque ello implicase no beber café en el trabajo, ya que tomar café podía convertir el mejor de los días en una catástrofe.

Apuró la taza, se limpió aprisa el pequeño bigotillo de cacao que le había quedado y se dispuso a salir. Sí, aquel sería un buen día.

jueves, 6 de enero de 2011

Un cuento para dormir

-¡Hey!¿Qué haces todavía despierto?No son horas para estar dando vueltas por ahí. Ya verás, mañana no habrá quien te despierte.

-Ya... pero es que no me puedo dormir. Llevo ya mucho rato dando vueltas en la cama

-Bueno...¿qué tal si te acompaño a tu cuarto y te cuento un cuento?Cuando eras pequeño siempre funcionaba

-¡Cuando era pequeño!Como si no hiciese ya tiempo de eso

-Ya, bueno. Por eso dejaste de oír cuentos antes de dormir...¡Menuda estupidez!No entiendo porqué cosas tan bonitas son un lujo que sólo los niños pueden tener.

-Está bien, puedes venir a mi cuarto y contarme un cuento si tanta ilusión te hace. No iba a dormirme de todas maneras...

-Ve metiéndote en la cama que voy a por una vela para crear ambiente de cuento

-Anda que... ya te vale. Te lo estás pasando como una enana - media sonrisa se dibujó en su rostro. Se metió en la cama y esperó a que ella llegase con el pequeño candil.

- Bien, todo listo. Comencemos...comencemos como ha de comenzarse un buen cuento:

Érase una vez, hace mucho mucho tiempo, en un país muy lejano vivía un joven pastor...

-Espera, espera. No será el del pastorcillo y el lobo ¿no?O ninguno de esos vamos, que ya los he oído muchísimas veces...

Ella apoyó la punta de sus dedos en la frente de él y lo empujó suavemente hasta que quedó tumbado de nuevo

-¡A callar!Éste no lo has oído. Y antes de que preguntes, sí, me lo voy a inventar yo. Pero vamos, si quieres me marcho

-No, no. Está bien, continúa.

-Bien, ¿por dónde íbamos?...¡ah, sí!El joven leñador...

-¿Pero no era un pastor?

-Bueno, pues el joven pastor, que también era leñador...


Y así continuó ella, inventando mundos de fantasía hasta que él dejó de preguntar, durmiéndose antes de que le diese tiempo a ella a terminar de contarlo. Pero él continuaba la historia en sus sueños, sin borrar la sonrisa de su cara.

Ella le arropó un poco más, le besó la frente y sopló para apagar la vela. Salió de la habitación a tientas y tropezó con una silla. Se paró unos segundos y al oír la lenta respiración continuó hacia su cama dispuesta a dormirse cuanto antes. Ella también quería saber cómo acababa la historia.

lunes, 3 de enero de 2011

Encadenado a un rincón había dejado de forcejear por soltarse y observaba impotente cómo quitaban la venda que cubría los ojos de la mujer.
Al abrirlos, parpadeó con intensidad hasta acostumbrarse a la luz. Lo primero que vió fue su magullado rostro, cruzado por las lágrimas de rabia y desesperación, cuyos ojos parecían decir que todo había acabado.
En ese momento ella se dio cuenta de que llevaba algo en la mano y levantando su marmóreo brazo, dejando a la altura de sus ojos la balanza.
Entonces comprendió y su rostro dibujó una siniestra sonrisa. Y su sonrisa heló la sangre del encadenado que, ya derrumbado en el suelo, daba todo por perdido: la JUSTICIA había dejado de serlo.

viernes, 10 de diciembre de 2010

La primera curva

Y al llegar a la primera curva es cuando descubres que no sabes conducir, que has llegado hasta allí por suerte o por inercia, porque hasta ahora el trayecto ha sido sólo en línea recta.
Toda esa seguridad y confianza que tenías desaparecen al instante. Aferras fuertemente el volante, como intentando que no se escape, pero resbala entre tus dedos. Las puertas no se abren.
Incapaz de controlar la situación intentas girar una y otra vez, aun sabiendo que todo esfuerzo es en vano.
Miras hacia delante y tu vista se encuentra con el muro al que te acercas inexorablemente y a gran velocidad.
Con una mano aun en el volante y otra en el cinturón, miras de nuevo al cielo en busca de esa última esperanza de que Superman ( o quizá Spiderman) acuda a salvarte.

domingo, 7 de noviembre de 2010

Tierra roja


Continuó caminando, cada vez más deprisa, sin parar. Y no veía nada más allá de la tierra roja donde debía dar el siguiente paso.
El polvo le cubría por completo, mimetizándolo con el enterono, y aunque él no lo notaba, los ojos le lloraban desde hacía largo rato.
Ensimismado, siguiendo el rumbo marcado hacia algún lugar desconocido, continuó por aquel camino que tantos antes habían recorrido, y el que casi ninguno se había atrevido a dejar, por miedo a perderse y no llegar a esa desconocida meta.
Apenas dormía lo justo para descansar y emprender la marcha de nuevo al alba y comía aquello que tenía a mano, sin poner ni un pie fuera del camino.
Sin noción del paso del tiempo, se deslizaba arrastrando los pies, rodeado de un monótono paisaje en el que de vez en cuando se distinguían a lo lejos algún bosque o una montaña nevada. Pero él no se percataba de esto, no veía nada más que aquella tierra roja.
Y finalmente llegó a su destino. De alguna manera notó que era aquella su meta y levantó por primera vez la vista del suelo, fijándola en la inmensa llanura roja que se extendía ante él.
Pasó unos minutos extasiado, mirando aquella roja inmensidad hasta que se percató de que algo se movía. Y no era algo en la planicie lo que se movía, sino toda ella, pues estaba viva. Y se dio cuenta de que no era tierra lo que él había tomado por una llanura roja sino personas, las miles de personas que antes que él habían recorrido aquel sendero quedando también cubiertas por el polvo rojo y que ahora permanecían ahí, de pie, unas junto a otras sin inmutarse, aguardando algo.
Se internó en aquel mar de gente en el que no se distinguían hombres de mujeres, blancos de negros y se quedó ahí, al igual que todos ellos, a la espera de algo que ignoraban, pero felices al sentirse aceptados y parte de aquello.

miércoles, 29 de septiembre de 2010

Banderas

Y harto de banderas, himnos y fronteras, comenzó a guardar un trozo de tela de cada lugar que significaba algo para él. Reunió retales de todos los tamaños y colores que le traían olores y recuerdos.Y tras coserlos juntos, los colgó del balcón de su casa orgulloso de aquella bandera de ninguna y de todas partes, que no conocía fronteras ni tiempo. Y él, que se había reido de todos los símbolos, miraba con orgullo aquella tela, encontrando siempre con la mirada algún retazo ya olivdado con el paso del tiempo que le hacía sonreir al recordar su origen. Y no dejó de crecer la bandera al tiempo que él envejecía, hasta el punto en que cubrió por completo la pared de su casa.
Y cada vez que alguien le preguntaba por su procedencía, él respondía que era la misma que la de la bandera. Y en cierta manera era cierto, porque aquella casa lo reperesentaba todo para él, su hogar, su patria y su bandera.

(Gracias Pablo, por darle el final que yo no encontraba)

viernes, 13 de agosto de 2010

Blanco, negro y gris.

Blanco y negro. Como una vieja película muda, pues dejó de sonar cuando prohibiste a tus dedos volver a bailar sobre las teclas que tantas veces habían recorrido. Te prohibiste bailar tú también, pues le dedicabas mucho tiempo, y poco a poco hasta dejaste de tararear cuando estabas por la casa.
Las películas y libros perdieron interés para ti y argumentabas que si bastante tiempo te ocupaba la vida real, como para perderlo con vidas ficticias.
Dejaste de disfrutar con los paseos, los baños en el río y las noches enteras viendo las estrellas, preguntándonos en voz alta y discutiendo con ellas. Dejaste de disfrutar también del sueño que consumía mucho tiempo.
Todo tenía que ser rápido y eficaz, y aquello que no lo fuese era innecesario, como los sentimientos y las risas.
Y comenzaste a fumar esos pequeños cigarros que no te quitabas de la boca ni para comer, con cuyas colillas llenabas ceniceros hasta que desbordaban.
Fuste apartando tu ropa de color y no perdías tiempo en elegirla, comenzando a vestir con traje y bombín grises, convirtiéndote así en uno de los suyos, en uno de aquellos hombres que no pierden ni disfrutan un segundo de su tiempo: en uno de los hombres grises.

(Homenaje a "Momo" de Michael Ende)