martes, 16 de marzo de 2010

Como cada vez que iba a pensar, se descolgó la llave del cuello, se la introdujo por la oreja y se dio cuerda.
Los engranajes de su cabeza comenzaron a moverse lentamente, pidiendo con chirridos ser engrasados de nuevo.
Se acercó al estante y cogiendo la aceitera, se la aplicó al oido haciendo callar los metálicos ruidos.
Con la misma llave de antes, abrió su pecho y le dio cuerda al viejo reloj que guardaba en su interiro, cuyo tic-tac le acompañaba siempre. Lo guardó de nuevo con cuidado y comenzó a caminar al ritmo que marcaban las agujas.
Comenzaba un nuevo día.

jueves, 11 de marzo de 2010

Chicles

Se me acercó con una sonrisa tímida y me tendió una bolsa llena de chicles con forma de melón.
“Lo siento yaya, no tendría que haberte dicho eso, estaba enfadada por el exámen pero no tendría que haberlo pagado contigo. Me hubiese gustado poder traerte un melón, que sé que te encantan, pero como no es temporada...”
Sonreimos y nos abrazamos. Pasamos toda la tarde juntas, como hacíamos de vez en cuando: me contaba ella su vida y me preguntaba por la mía.
Cuando se marchó, me fui a mi cuarto sonriendo y coloqué la bolsa de chicles junto al vaso para la dentadura.
Reí para mis adentros: con la buena intención con la que había venido ¿quién se atrevía a decirle que con la dentadura no se pueden comer chicles?

miércoles, 10 de marzo de 2010

Caretas

Me tendió la mano manchada de la tinta del periódico que había estado retorciendo con nerviosismo antes de que yo llegase. Hizo un amago de quitarse el antifaz que llevaba puesto pero con un gesto le indiqué que si así estaba más cómodo, no tenía porqué hacerlo. Suspiró aliviado y tras rechazar la copa que le ofrecía, mostró impaciencia por comenzar.
Le conduje hasta el gran almacén donde todas las paredes estaban cubiertas por una siniestra exposición de máscaras que nos miraban con ojos vacíos. Aun nervioso, pasó unos minutos hasta decidirse por una máscara dorada y negra que me pidió probarse.
Le dije que le quedaba estupendamente mientras él se miraba en el espejo con orgullo.
Le llevé luego hasta el gran guardarropa repleto de trajes negros, todos iguales y se puso uno de su talla y unos lustrosos zapatos negros. Se le notaba emocionado.
Cuando estuvo listo le conduje hasta el salón donde le esperaba la sociedad, ya dispuesta a aceptarle con este nuevo rostro. Antes de cruzar el gran portón, se giró hacia mi para darme las gracias y le tendí su antiguo antifaz por si quería guardarlo. Señaló su careta diciendo que ya no lo iba a necesitar y me dio las gracias de nuevo con esa sonrisa pintada que yo ya sabía que no desaparecería jamás. Le sonreí una última vez, sinceramente pero con pena, sabiendo que la mía iba a ser la última sonrisa de verdad que iba a ver.

lunes, 1 de marzo de 2010

Esperpento

Echas a andar, bajo la lluvia, evitando los charcos y mirando cómo se proyecta sobre ellos la luz de las farolas. Y los pisas, para que el reflejo se distorsione y tiemble en onduladas curvas que hacen parecer la deformación suave e indolora, casi agradable. Igual que cuando miras a través del vaso: lleno, te refleja; vacío, distorsiona la realidad. Pero los colores siguen ahí, tristes, apagados. E insistes en no salir de día y continuar buscando los rayos de sol durante la noche.
Con los rasgos tapados vas recorriendo las calles, como un Dr Jekyll avergonzado y temeroso de salir a la luz del sol porque no quiere que se descubra su Mr Hyde.
Todo te parece gris y apagado, porque lo ves de noche, sin apenas iluminación.
Y quizá, ese Mr Hyde no sea tan malo como parece y simplemente viva asustado porque lo has condenado a una vida en blanco y negro. A cámara rápida, como una peli de Charlot, sin tiempo para detenerse a pensar si realmente le gusta ser así y si puede hacer algo para cambiarlo.
Las luces, las sombras, danzan a tu alrededor en un frenético vals, haciéndote sentir en un infierno que a fin de cuentas te pertenece, te hace sentir en casa.