viernes, 13 de agosto de 2010

Blanco, negro y gris.

Blanco y negro. Como una vieja película muda, pues dejó de sonar cuando prohibiste a tus dedos volver a bailar sobre las teclas que tantas veces habían recorrido. Te prohibiste bailar tú también, pues le dedicabas mucho tiempo, y poco a poco hasta dejaste de tararear cuando estabas por la casa.
Las películas y libros perdieron interés para ti y argumentabas que si bastante tiempo te ocupaba la vida real, como para perderlo con vidas ficticias.
Dejaste de disfrutar con los paseos, los baños en el río y las noches enteras viendo las estrellas, preguntándonos en voz alta y discutiendo con ellas. Dejaste de disfrutar también del sueño que consumía mucho tiempo.
Todo tenía que ser rápido y eficaz, y aquello que no lo fuese era innecesario, como los sentimientos y las risas.
Y comenzaste a fumar esos pequeños cigarros que no te quitabas de la boca ni para comer, con cuyas colillas llenabas ceniceros hasta que desbordaban.
Fuste apartando tu ropa de color y no perdías tiempo en elegirla, comenzando a vestir con traje y bombín grises, convirtiéndote así en uno de los suyos, en uno de aquellos hombres que no pierden ni disfrutan un segundo de su tiempo: en uno de los hombres grises.

(Homenaje a "Momo" de Michael Ende)