miércoles, 2 de junio de 2010

Mercado

Al entrar al recinto del mercado se quedó asombrado, siempre había asociado mercado negro con algo oscuro y clandestino. Pero la plaza, aunque en un lugar imposible de encontrar sin las señas exactas, era un hervidero de color y sonidos. Los vendedores anunciaban a voz en grito sus mercancías como si de fruta o pescado se tratase.
“¡Felicidad, señoras y señores!, ¡Vendo felicidad!¡Qué cara más larga tienes muchacho!¿Qué me dices si te pongo un par de botellas? Ya verás que bien... si me compras dos te regalo la tercera...

“Ojos, piernas, pelo! Mire joven que ojos azules tan bonitos!Se te echarán todas las mujeres encima con ellos ...te los dejo a 7 oros cada uno...
Siguió deambulando entre puestos, fascinado por lo que se vendía; desde dulces sueños a horribles pesadillas, desde el piar de un pájaro hasta el olor a hierba mojada...
Era el lugar donde lo incomprable podía ser comprado. Estaba seguro de que solo allí encontraría lo que buscaba.
Avanzó un poco más hasta llegar al tenderete que buscaba. Un anciano de larga blarba blanca y vestido con una especie de hábito de monje esperaba clientes pacientemente sentado tras una mesa en la que exponía sacos llenos de arena de colores con rótulos como: “tiempo libre” “tiempo de estudio” “tiempo de sueño”...
Los observó tímidamente hasta que se atrevió a preguntar
“¿Tiene tiempo a secas?”
El hombre sonrió asintiendo , al tiempo que sacaba de debajo de la mesa un saco gris.
El joven tosió, manchando de sangre el pañuelo con el que se había tapado la boca.
“¿Cuanto le pongo?”
“Un par de meses, no más. Lo justo para arreglar los asuntos pendientes”
El chico sacó del zurrón un reloj de arena casi a punto de agotarse y dejó que el hombre lo abriese y lo rellenase. Pagó y se dio la vuelta para marcharse, pero el hombre le llamó.
“Tenga cuidado. A veces esta prórroga nos gusta tanto que la alargamos demasiado. Sino, míreme a mi”

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